Era una tarde de recien llegados a Villa la Angostura, y mientras dabamos vueltas por las afueras de la Angostura caímos en Dulcinea Libros (Cerro Incayal 125). Una hermosa libreria, amplia en espacio pero todavía con pocos ejemplares, que ocupa la esquina de esa cuadra. Dejamos el auto en ochava, pusimos la alarma (una costumbre innecesaria en casi todo el territorio de mi país) y entramos. Nos atendió una señora de pelo blanco que al escuchar la eterna frase "estamos mirando" (con que otra frase se puede entrar a una libreria?) volvio con un amable gesto a su lectura y nos dedicamos a recorrer libros.
Pasados muchos minutos estaba entre un libro de viajes en ingles (no recuerdo el título) y el de Irigoyen. Por el lugar y los temas que trataba me quedé con el útlimo, y llegado a la cabaña empece a leerlo.
Empezar un libro cuando uno está de vacaciones es algo especial, en mi caso tiendo a recordar los momentos en los que comienzo lecturas de vacaciones, y para acentuar el recuerdo en esta oportunidad la lectura se rodeo de un hogar a leña en pleno otóño del sur, con frio días de lluvia y frio, con el crujir de la madera todavía verde y las brasas mojadas de kerosene para simplificar el proceso de encendido (lo cual me hacia quedar como un especialista en la materia).
En un amplio sillón recostados mirando las llamas pasaron las primeras hojas de este libro, las historias iniciales de la yerra y las imágenes de un paisaje inmenso y árido fueron acentuando el recuerdo de la ruta que atravesamos con tormentas de viento y alertas meteorológicos.
"Calcule que en menos de dos horas podría hacer las tres leguas aproximadas que en línea recta me separaban del casco de nuestros amigos. Así lo hice, pasando los alambres de dos cuadros y al galope tendido la mayor parte del tiempo.
Habia llevado un walkman, de manera que mientras que cabalgaba y me empapaba sin misericordia, me deleitaba en escuchar las oberturas de rossini en una grabacion de la Orquesda de Cámara de Orpheus de Nueva York. La lluvica, como una llave mágica, había abierto el tesoro del olor profundo y perfumado de la tierra húmeda que se esparcía por dorquier penetrando el espacio y confundiéndose con el aire mismo lo que me permitía respirarlo y olerlo con frenesí. Sentía que la naturaleza se recreaba con el agua y me transmitía su alegría mientras que me escuchaba una y otra vez esa música vital, con sus característicos crescendos... Las melodías otorgaban un marco especial a esas tierras y plantas mojadas que tenía ante mí en un horizonte muy vasto y solitario, sin más límite que el alcance de la vista. Pocas veces he vivido una sensación tan intensa de felicidad y de libertad."
En varias oportunidades he caminado bajo la lluvia y en algunas pocas me ha tocado la dicha de hacerlo escuchando música, jamas lo he hecho en un paisaje como los que describe Yrigoyen en su libro, pero tengo la certeza de saber lo que se siente.
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